Quisiera aquí hablar del poder de la palabra. De las mínimas sutilezas
que se manejan al enunciar algo. Ante el uso de la palabra no nos
detenemos lo suficiente.
Lia Colombino
Hace algunas semanas atrás el senador Goli Stroessner (nieto del
dictador que recurrió a una fórmula de enroque de apellidos para
llamarse igual que el abuelo) habló con los medios de la posibilidad de
traer los restos mortales de quien detentara el poder absoluto sobre
territorio, cuerpos y haceres en el Paraguay durante 35 años. Recordó la
“gestión” de este señor y la definió como una en la cual se vieron
“luces y sombras” con “aciertos y errores” (expresiones inscritas en el
lugar común para hablar de dictadura, el menos común de los “lugares”).
Quisiera aquí hablar del poder de la palabra. De las mínimas sutilezas
que se manejan al enunciar algo. Ante el uso de la palabra no nos
detenemos lo suficiente.
Hace pocos días recorría el Museo de la Memoria en Santiago de Chile.
No estoy segura todavía si me gustan esos lugares que pretenden
restituciones imposibles o construcciones de espacios contra el olvido.
Eso daría para otro artículo. Lo que aquí quería traer a colación es un
testimonio al que pude acceder a partir de esta visita.
Arturo Jirón estaba con Salvador Allende el día del bombardeo a La
Moneda ese fatídico 11 de septiembre de 1973. En un video documental
relata esa mañana. Y concluye su relato: Hay quienes cometen errores, nosotros los hemos cometido. Y hay quienes cometen brutalidades.
Y he aquí la diferencia fundamental. Y digo fundamental sin caer en el
uso de la palabra tener en cuenta lo que se está diciendo. Digo
fundamental y digo cimiento, base, argumento. Digo fundamental y digo
con esa palabra: constitutivo.
Las palabras, sus significados
Un error es una acción desacertada, es una equivocación. Tiene que ver
con confundir los tantos, tiene que ver quizá y a lo sumo, con alguna
falla, algo que salió mal. Un error puede enmendarse. De hecho el
concepto de enmendar está vinculado al concepto de error o defecto.
Enmendar quiere decir corregir, subsanar.
La brutalidad, sin embargo, tiene que ver con acciones crueles, tienen
que ver con la violencia. Y yo aquí cambiaría de palabra, porque me
parece que existe otra que todavía tiene más connotaciones y que a veces
se utiliza como sinónimo: atrocidad. Muchos definen la atrocidad como
una crueldad mayor. Y no es para menos.
La palabra atrocidad viene del latín y deriva de la palabra ater.
Esta palabra se utilizaba para designar el color negro mate. ¿Por qué
una tonalidad viene luego a convertirse en un concepto feroz? El negro
mate se asoció al humo de color negro que resultaba de la combustión de
material orgánico. Y así a lo tenebroso y a lo sombrío. De nuevo la
pregunta: ¿por qué una palabra así se asocia a algo cruel?
Quizá el material de combustión, el material orgánico, sea un punto.
Ese humo negro, resultado de la quema de materia orgánica ejerce
violencia sobre esa misma materia, la reduce a cenizas a través de un
proceso ígneo en el cual lo expuesto al fuego se inflama, se enciende
dolorosamente para dar paso al puro resto.
Y de allí que ese humo negro sea relacionado a lo tenebroso y lo
sombrío es solo una pequeña operación de contigüidad del lenguaje.
De errores y atrocidades
La dictadura es de por sí violenta porque establece el control sin
límites de territorios, cuerpos y haceres, y ese control se da a partir
de métodos ilegítimos. Eso es lo que instaura el llamado terrorismo de
Estado.
Esto se supone programático. Hay programa en una dictadura, esto es,
está planificada en sus acciones y sus alcances. Una dictadura no se da
por error, se da porque se ha planificado, se tiene un plan concreto, es
proyecto y luego programa.
Cuando en una guerra se habla de “errores bélicos” tampoco se está
utilizando la palabra acertada. Podemos hablar de daños colaterales,
pero a decisiones tomadas a sabiendas de sus consecuencias posibles.
La atrocidad de una dictadura tan larga, que supuso la asunción de un
sistema que a todas luces seguimos reproduciendo en el Paraguay, no es
un error. No se puede estar confundido por 35 años ni matar tanta gente
por error. Tampoco se puede, por error, torturar a aún más cuerpos,
exiliar otros tantos e instalar una mentalidad que reproduce el programa
represivo al interior de la sociedad. Eso es un programa, y ese
programa es atroz.
La condensación de lo atroz
Stroessner es la figura que condensa el programa del terrorismo de
Estado y que como un humo negro se abalanzó sobre nuestra historia para
llenarla de tiniebla.
Ese humo negro no deja ver, se instala ante nosotros hasta el día de
hoy y no hay viento que lo espante, no hay brisa nueva que lo amilane.
Ha inflamado materia orgánica, nuestros propios cuerpos, para
convertirlos en despojos, animales sin articulación política posible,
vagando en esta tierra arrasada.
El residuo
El cuerpo del dictador, sus restos, esos residuos, no son solo los
“restos mortales” de un abuelo, de un familiar. Son el resto, el residuo
de un tiempo que no ha pasado. Es un tiempo con el cual tenemos que
convivir todos los días, es el tiempo que nos ha legado la corrupción,
la mala gestión política (de todas las banderas políticas, sea cual
fuere su tendencia), y estoy segura que hasta la forma en la cual nos
conducimos en nuestro rasgado contrato social, tiene que ver con ese
tiempo (desde la manera de cruzar la calle hasta el trato con las
personas).
Ese residuo condensa todo aquello que no queremos como país. Porque
hasta el más corrupto se queja con la tan consabida frase: “solo en
Paraguay ocurren estas cosas”.
El dictador dejó de ser padre, abuelo, hijo cuando decidió establecer
ese programa en su gobierno. Sus restos ya no son patrimonio de su
familia. Jamás tuvo un juicio en vida. No hubo acciones para que su
cuerpo vivo pagara por las atrocidades que decidió poner en marcha a
partir de su aparato totalitario. Ni siquiera se han embargado sus
bienes o los bienes de su descendencia.
La manipulación de la palabra quizá haga que mucha gente sienta empatía
por aquella familia que no tiene los restos de su ser querido cerca.
Pero ya tenemos suficientes residuos de ese tiempo en este tiempo que
se quisiera más limpio. Ese rastro lo vemos en el parlamento, en los
partidos políticos, en personas que ocupan hace ya tiempo sus cargos sin
aportar nada más que sus sentaderas a las sillas.
Es tiempo de darnos la oportunidad. Poder mirarnos los rostros y
reconocernos capaces de doblegar el sino que ese humo negro y atroz
desplegó sobre nosotros.